miércoles, 9 de marzo de 2016

AMORES DES-ENCADENADOS (4º Capítulo)

AMORES DES-ENCADENADOS
                                                                                              
IV

“No quiso follarme o sencillamente no logré que le pasara por la cabeza el hacerlo y ello a pesar de que estaba provocando en mi, evidentes estremecimientos que debían ser suficientes para animarlo. Jamás nadie antes, había logrado con una acción, -a priori tan poco erótica-, conseguir que me ofreciera del modo en que lo estaba haciendo, cederme por completo a él, para que dejara volar su más lujuriosa y perversa imaginación sobre mi desnudo y abierto cuerpo”
Aquella envolvente música, que flotaba en el aire, invadiendo todos los recovecos y fisuras de su cuerpo y alma, era sin duda la aliada perfecta para que Adaia, a medida que Fernando acariciaba y enjabonaba su cabeza con delicada sensualidad, fuera sintiéndose más necesitada de que aquel ser que había aparecido en su destartalada vida sin esperarlo, la tomara e hiciera de ella una ninfa entregada a su fortuna, buena o mala, le daba igual, lo relevante: que la tomara, la hiciera suya, la consumiera antes de volver a arrojarla a las alcantarillas que desde hacía unos años tan bien conocía y a los que muchos otros la habían precipitado tras usarla de variadas y casi siempre, repulsivas formas. Pero no fue así como sucedió, sino que el muy ladino prolongó aquella antesala al éxtasis deseado por ella, con más y más ternura, primero cuando le enjuagó el ensortijado pelo antes de por dos veces más, volverlo a enjabonar y acariciar y a continuación y cuando la temperatura del agua de la bañera ya alertaba de un probable resfriado, secarle todo el cuerpo con la misma hábil delicadeza con que había actuado durante más de una hora sobre su anatomía para lograr que casi se derramara entre sus manos sin haber necesitado llegar a sus profundidades más erógenas.
Cuando concluyó lo que Adaia nunca hubiera deseado finalizara, escuchó  su voz, templada y a la vez profunda, cautivadora, como todo lo que le estaba obsequiando Fernando desde el primer instante en que la detuvo en la calle, cuando parecía estar de nuevo a expensas del inequívoco rumbo a proseguir que la acompañaba a marchas forzadas a su perdición.
-Y ahora si quieres, te acuestas y descansas.
-Es pronto para dormir –respondió Adaia, intentando con su aserción, incitarlo, sirviéndose del tono de su voz.
-Pues entonces y si no estás cansada, ¿te gustaría acompañarme?
Le pasó por la cabeza soltarle: “hasta el fin del mundo”, pero de nuevo volvió a su mente la anterior ocasión en que lo manifestó. Una mala jugada había sido el ofrecerse tan sincera y aunque esta vez comenzaba a creer a pies juntillas que la fortuna se había por fin compadecido de ella, prefirió abstenerse de caer en la complacencia, de modo que optó por lo más neutro.
-Claro.
Sintió no obstante el arrebato de contarle lo que habían sido sus últimos tres años desde el momento en que perdió a su abuela y se quedó sola en lo personal, aunque mal acompañada de las deudas, las que había heredado la anciana tras la muerte por accidente de los progenitores de Adaia. Fueron únicamente seis meses los que convivió con su abuela, un periodo en que no sólo comenzó a tontear con las sustancias tal y como lo había hecho mientras estudiaba Filología Inglesa en la universidad, sino que las convirtió en sus mejores compañeras, de juegos y de fechorías.
¿Fue la muerte de sus padres lo que la llevó al desmadre, también con las drogas? Eso y Fabián, el compañero con el que follaba por aquel entonces. Él se jactaba a menudo de ser más fuerte que cualquier polvo o pastilla que se tragara, inhalara o fumara, y al parecer, algo de razón tenía. Lo terrible del asunto fue que Adaia también se creyó investida de la misma fortaleza. Abandonó los estudios, al tiempo que Fabián la canjeaba por una rubia y poco después, el desahucio del piso en el que albergaba todos los recuerdos de una infancia, adolescencia y primera juventud, feliz. Luego y a medida que recolectaba nuevas experiencias, la mayoría decepcionantes, el descalabro emocional. Y llegó el punto en que nada le pareció anormal, ya que a cambio de un poco de calor o un plato de comida, o lo más rechazable, una ayuda psicotrópica, permitió que su cuerpo fuera moneda de cambio y no negó que el postre lo surtiera su alma que poco a poco iba quedando mermada. Solamente una invisible y para ella nada advertible fortuna impidió que acabara realmente infectada de los temibles virus. Incluso ni la sida ni la hepatitis quisieron anidar en ella.

Quedó totalmente desarmada, -si era que no lo estaba ya totalmente-, cuando Fernando le ofreció que revolviera el armario de Antonia, Toñi, la bióloga que andaba por medio mundo intentando poner orden en el caos terrestre del medio ambiente.
-Escoge lo que quieras –le indicó tras abrirle el armario.
Se sorprendió y quiso saber.
-¿De tu novia?
-No tengo novia –le contestó él, raudo.
>Tampoco la tuve. Es de una amiga, que cuando viene a Madrid, cohabita este piso. Por eso guardo su ropa. Creo que sois de una talla similar y aunque es un poco hippie, posee prendas realmente bellas.
La tranquilizó saber algo más de su personalidad, aunque no le pareció demasiado idóneo, -a pesar de beneficiarle-, que ofreciera con tanta facilidad, la ropa de su compañera de piso. Rápidamente tuvo que autocorregirse al oír su siguiente aportación.
-Mañana te presto dinero y te compras algo, a tu gusto.
-¿Mañana? –exclamó ella sin ocultar confusión.
-Si me pagan. Hoy no tengo mucho que prestarte.
Cuando salieron de las oficinas de la editorial, ella con aquellos ejanos que tan bien se ajustaban a su trasero y cintura, tuvo que señalarle que: –pues no será mañana. Me han pagado con un cheque, por tanto, dame tres días.
¿Le estaba ofreciendo alojamiento durante este tiempo? ¿A cambio de…? No tuvo que responderse, él lo hizo por ella.
-Vamos, si te parece bien alojarte en mi piso hasta que tus planes comiencen a prosperar, porque, ¿tienes planes?
Le hizo exclamar en su interior, un “joder” potente. ¿De qué estaba construido aquel tipo, poseedor de aquella enorme facilidad para desarmar?, le vino a la cabeza a continuación a Adaia.
-No los tengo, de hecho, no tengo nada, solamente muchos deseos de meterme algo que me haga olvidar que no los tengo ni los tendré.
-Pues conmigo no cuentes. Y me refiero a lo de olvidar tus inexistentes planes. ¿Quieres también que te los preste?
Como por arte de una magia desconocida, aquella forma de expresarse la motivó, logrando que profundizara en sus recuerdos universitarios, cuando el diálogo, la comunicación, la dialéctica, formaba parte de su cotidianidad y entonces en su mente aparecieron los viejos compañeros, la mayoría de los cuales habían tenido el honor o el vilipendio de follársela en los últimos años, los de la caída libre, por unas monedas, una birra, un canuto o una ralla. Pero de inmediato los apartó de su cabeza, debía estar limpia y presta para aprovechar aquel ángel en forma de extraño personaje que parecía querer ayudarla, sinceramente.
-¿Y de qué tipo serían? –prefirió soltarle con mucho tacto.
-No sé, dime tú, ¿qué te gustaría hacer?, en la vida me refiero.
>Y no vale decir, ser feliz, pues para eso no tengo propuestas ni para mi mismo.
Dudó, vaciló, se quedó en blanco, hasta que…: –he sido camarera y hablo inglés, también lo escribo.
-Pues ya es mucho, aunque con esas credenciales, probablemente ningún partido político te permitiría que fueras presidente de gobierno.
Sonrió sólo él.
-¿Cantas? –le lanzó entonces.
La cogió de improviso, totalmente desconcertada.
-Me he fijado en el timbre de tu voz. Me gusta. Creo que posee cualidades para que guste a la gente.
No decía nada, aunque seguían andando, ella cada vez más atribulada.
-¿Qué te parece si lo probamos? –le indicó entonces él.
>Comemos algo y luego nos acercamos al local de uno de los grupos que estoy intentando se conviertan en paladines de la música española. ¿Te suena bien?
Por un instante se imaginó que en realidad lo que le esperaba sería tener que chupársela durante toda la tarde y quizá la noche entera a un nutrido grupo de músicos desenfrenados. No le pareció tan malo, a fin de cuentas, seguro que tendrían provisiones de las que tan en falta estaba ya echando y los músicos que se habían cruzado en su camino nunca se habían mostrado tan reacios a ayudarla con sus necesidades más perentorias.
Poco antes de entrar en la taberna elegida por Fernando, le lanzó.
-¿Te puedo hacer una pregunta?
-Las que quieras.
-¿Para cuándo prevés comenzar a apalearme? Lo pregunto para que no me cojas distraída.
-¿Apalearte?
-¿No soy para ti una perra callejera?
-Venga, entra y no digas más sandeces, perra callejera.
Adaia obedeció sin disipar lo que daba ya por hecho. No obstante, comería, bebería y luego…, luego, que ocurriera lo que tuviera que ocurrir, a fin de cuentas nunca ha creído en los ángeles de la guarda.

(10/02/2016)

ARTURO ROCA ©

miércoles, 3 de febrero de 2016

Amores des-encadenados -- 3er. Capítulo

AMORES DES-ENCADENADOS

III

Amanda y Aitana, son buenas amigas, siendo ésta segunda la que mantiene una inmejorable relación, -sin que sea el sexo, el motivo principal-, con Felipe, del que Fernando sostiene, es un gran y sobre todo, animado conversador. Los cuatro están entre los treinta y dos y treinta y ocho, por lo que puede afirmarse, que tienen muchas cosas en común a pesar de que Aitana viva inmersa y atrapada en su profesión de cardióloga, Amanda se dedique a la enseñanza de la Filosofía en un instituto de secundaria, Felipe encauce su tiempo y esfuerzo a las redes sociales, de las que es un experto free-lance y Fernando sea el más bohemio de los cuatro, productor musical, columnista en varias revistas de arte y música, diseñador gráfico y escultor más bien mediocre y cuando va mal de pasta, camarero en el local de una buena amiga, Andrea, casada y con libertad de acción para hacer de las suyas al igual que lo ha venido haciendo su esposo tras casarse. Es en este espacio donde conquista a muchas de las mujeres que pasan por sus manos y sobre todo por su prodigiosa verborrea, además de oír buena música en directo y captar posibles grupos o solistas a los que ofrecerles su capacidad para llevarlos al estrellato a cambio de una merecida comisión.
Una vez por semana suelen reunirse los cuatro amigos a comer y por turno le corresponde a uno elegir el lugar en el que hacerlo. Esta vez, ha sido Fernando el que se ha disculpado con sus amigos, ¿la excusa?, la misma que utiliza cualquiera de ellos cuando no puede asistir o sencillamente no quiere: trabajo, y aunque al que se sirve de esta simple y manida  justificación, se le impone una multa del veinte por ciento del total de la cuenta de aquel día, -a pagar en el siguiente encuentro-, todos en algún momento han tenido la necesidad de servirse del supuesto trabajo para dejar de asistir a la comida, la que más: Aitana.
En esta ocasión, ha sido Felipe el que ha puesto en antecedentes a las mujeres.
-Pero me ha comentado que en su lugar vendrá Aurora, su vecina.
-¿La antropóloga social del experimento? –ha preguntado Aitana.
-La misma. ¿Te molesta?
Aitana ha negado con la cabeza pero Amanda ha respondido con lo que seguro daban por supuesto los tres: –de todos modos, no se librará de pagar el correspondiente veinte por ciento.
-Es lo que le he dicho –ha añadido Felipe.
-Esa es la que se acuesta con tres tíos a la vez, ¿verdad?
-La misma, Aitana y por cierto, por allí asoma –ha señalado Felipe.
Los tres han mirado en la misma dirección al tiempo que la profesora especulaba.
-La verdad, yo, no podría.
-¿Me dirás que ni te lo has imaginado, querida Amanda?
La sonrisa de la filósofa, limitada sin demasiado éxito, les ha servido a Aitana y Felipe para confirmarles una respuesta que Amanda no ha querido ofrecerles.
-Hola. Me envía Fernando.
A los tres les ha parecido apropiado el modo de presentarse de Aurora.
Felipe se ha levantado para ofrecerle su silla, pero ella ha preferido ocupar la que estaba vacía, no obstante se lo ha agradecido con tres besos, uno casi sobre los labios. Con las chicas, sólo dos.
Se conocen de un par de veces en que Fernando ha asistido a la comida con ella. Esta vez la ha utilizado como a su representante.
-¿Es cierto lo del trabajo? –ha lanzado Amanda, tan pronto Aurora se ha acomodado.
-¿Eso os ha dicho? –ha tomado la responsabilidad de responder la antropóloga.
-Felipe… –
-¿Qué? Es lo que me ha comentado –ha respondido él a la punzante insinuación de Aitana.
-¿Entonces…? –le ha inquirido Amanda a Aurora con envidiable delicadeza.
-Pues una acogida, una chica que al parecer…, lo cierto es que no me ha aclarado mucho, simplemente que la ha recogido para ayudarla, de la calle.
-¿Fernando ayudando a una chica? No me hagas reír.
-¿Dudas de tu amigo? –ha interferido la representante.
-Lo hago sí, lo hago cuando se trata de mujeres. No te puedes fiar de nada de lo que diga –ha aclarado Felipe.
-¿Y de lo que haga? –ha soltado con ironía Aurora.
-No sé… –ha intercalado Amanda –…aunque probablemente tú sabrás más que nosotras.
-¿Yo?
-Sí claro, ¿no forma parte de tu experimento? –Esta vez ha sido Aitana.
Aurora ha sonreído. Una mueca nada forzada.
-No creas que te tenemos celos –ha lanzado como un misil Amanda.
-Pues no –ha cortado la interpelada. –No es uno de los conejillos de Indias con los que me acuesto cada semana.
-Por cierto, y antes de que nos sumerjamos en la carta, ¿puedes aclararnos algo más de ese experimento? Sentimos curiosidad, sana, naturalmente.
Ha sido Felipe el que con su habitual desparpajo ha aprovechado para incitar a Aurora. Amanda y Aitana han dejado de lado y de inmediato, las cartas.
Tras un lapso de tiempo infinitésimo, pero que a los tres les ha parecido eterno, la antropóloga ha decidido explicarse.
-Me gusta follar, eso, es obvio, claro. Y además me sirve para la tesis que estoy realizando. Comprobar hasta que punto, los hombres son capaces de gozar con el sexo sin enamorarse de alguien como yo.
-¿Cómo tu?
-Sí Amanda, como yo, o como tú misma. Mujeres liberales que poseen un cuerpazo en el que sumergirse a gusto infinidad de veces antes de buscar otro y que además somos inteligentes, cultas y dotadas de habilidades relevantes para el sexo. Un compendio que a los tíos los enamora, en realidad, los enloquece.
Amanda ha sonreído complacida, en cambio a Aitana no le ha parecido bien quedar al margen del conjunto en el que Aurora ha integrado a la profesora.
-Naturalmente, también tú formas parte de ese selecto grupo –ha corregido al instante la antropóloga, dirigiendo su mirada a la contrariada cardióloga. Sin embargo, no ha aflorado sonrisa alguna en su rostro. La llegada de la camarera, una mujer entrada en carnes y años pero con una simpatía arrolladora, ha paralizado de momento las posibles hostilidades y como no, los cuchicheos que serán alimentados por todo aquello que esperan los tres amigos de la liberal Aurora.
Han pedido, Amanda y Aitana algo potencialmente caro, para que a Fernando le salga más costosa la sanción y en cambio Aurora se ha conformado con una ligera ensalada, únicamente, sin segundo plato ni postre.
-Me mantengo en forma de muchas maneras –les ha aclarado. –La dieta, fundamental.
-Pagamos a escote –le ha señalado Felipe.
-Lo sé de las otras veces y no hay problema.
>Y ahora, decidme, ¿qué queréis saber de mi trabajo? ¿O preferís que os hable de la chiquita que está alojando Fernando en su piso?
Se han mirado los tres amigos y ha sido Felipe el que ha tomado la iniciativa.
-¿Qué edad tienen?
Aurora ha sonreído, mostrando de nuevo su perfecta dentadura blanca.
Por fin ha lanzado: –imagino que te refieres a mis conejillos, ¿acierto?
Felipe ha afirmado, sin lograr ocultar cierta morbosidad en su gesto.
-Pues veinticuatro, treinta y seis y cuarenta y ocho, pero estoy buscando un cuarto.
-¿Otro más? –ha inquirido Amanda.
-¿Más joven o más viejo?
-Me estoy planteando uno que esté entre los cincuenta y sesenta, ¿cómo lo ves, querido Felipe?
-Que quizá no te sirva, a no ser que en tu proyecto, admitas las drogas –ha insinuado el único varón.
-Bueno, en realidad, no sé si las utilizan.
-¿No les fiscalizas?
-No Aitana, en absoluto. Podrían si lo hiciera, mentirme y en eso los hombres son expertos. Supongo que lo sabes.
-Pero nosotras lo somos en detectarlos.
-No creas Amanda, algunos son verdaderos artistas mintiendo y los cabrones, suelen tener memoria, mucha, pero sobre todo para sus mentiras.
La camarera ha traído los primeros platos. Ya depositados sobre la mesa, ha sido Felipe el que ha reiniciado el diálogo.
-¿Y te falta mucho para concluir el estudio?
-Depende –le ha manifestado la antropóloga antes de tomar un primer pedazo de tomate.
-¿Depende? De qué.
-Pues… ¿qué os parece si comemos y dejamos de momento la curiosidad aparte? Yo tengo la tarde libre.
Los tres amigos han asentido. Solamente Aitana deberá hacer una llamada, para comprobar cuantas visitas tiene programadas y a qué hora llega la primera. Media hora de retraso no le parece demasiada, a fin de cuentas es la paciente la que precisa de ella y no ella de sus pacientes.

No hubo lugar para que Aitana se retrasara, una inesperada llamada a la antropóloga frustró lo que en la mente de los tres amigos iba a convertirse en una detallada información sobre la peculiar vida sexual de Aurora.
Lo más relevante hasta que el móvil cortó de raíz las extraordinarias expectativas, unas ligeras ampliaciones suscitadas a tenor del nuevo ofrecimiento de Felipe por formar parte del conjunto de conejillos. Aurora no tuvo reparo en desenmascararlo.
-Ay Felipe, príncipe mío, contigo, lo que tenía que experimentar, ya lo realicé, todo.
Amanda no pudo reprimirse cuando intervino.
-Desde luego, admiro tus ovarios, porque acostarse con varios a la vez, incluso con Felipe.
-Es solamente un experimento, querida.
-Y dime, ¿marcha bien?
-Perfecto Amanda, pero eso ya me lo habéis preguntado antes.
Felipe, a pesar de haber sido delatado como amante, no pudo reprimirse.
-De puta madre, supongo, ¿no veis la cara de felicidad que trae?
-Pero, ¿no te enamoras, de ninguno? –introdujo entonces Aitana.
-En todo caso, ellos.
>Pero hablemos de otra cosa, ¿de verdad no os apetece saber más sobre lo de Fernando? –y entonces fue cuando sonó el móvil de Aurora. Poco después de colgar, se disculpaba y desaparecía dejando ansiosos a los tres amigos y en absoluto con miel en los labios.
Podrían no obstante quedarse a cuchichear sobre lo vivido y oído, pero con pocas probabilidades de llegar al fondo del asunto, sobre la antropóloga y tampoco sobre lo de Fernando y su acogida.
No lo hicieron, los tres deseaban encontrar en primer lugar a Fernando, en su piso o en el móvil o en cualquiera de los lugares que crean pudieran hallarlo a aquella hora de aquel jueves.



(26/01/2016)

ARTURO ROCA ©

lunes, 25 de enero de 2016

amores des-encadenados II - Capítulo

AMORES DES-ENCADENADOS

II

No le costó demasiado esfuerzo convencerla que un apetitoso desayuno la ayudaría a tomar buenas decisiones. En contra de lo esperado por él, no opuso resistencia.
Se acercaron hasta una de esas granjas con años de antigüedad en el oficio y por tanto solera reconocida, en las que al penetrar, el cerebro comienza a segregar dopamina, ya que los aromas de lo que allí se ofrece, despierta esa parte del cuerpo del ser humano que ayuda a sentirse feliz de vivir, de estar todavía vivo y receptivo.
Pidió por ella, que se mostraba asustada a pesar de que su imagen pretendía arrojar agresividad para cuando los invitaran, -a ella sobre todo-, a abandonar el local. No sucedió. Fernando se movió con rapidez para ocupar la mesa que quedaba libre al fondo de la sala, en un extremo y tomándola por la cintura llevarla hasta el asiento salvador. Estaba tan repleta aquella pequeña sala que nadie les prestó atención y desde luego, los olores deliciosos del lugar, contribuyeron a vencer al nada agradable que acompañaba a Adaia.
-Un suizo y dos ensaimadas. Para mí, un café.
>Te gustará –añadió él, tras dirigirse al camarero.
-¿Vienes a menudo? –se le ocurrió mencionar a ella.
-A veces, ¿por qué?
Adaia no pareció saber que dirección tomar y por tanto decidió mantenerse callada, observando curiosa pero en silencio. Él aprovechó con su reacción, a empujarla a que se acostumbrara a la normalidad de aquel sitio y momento.
A continuación y de reojo, ella observó la nota que junto a la comanda, dejó sobre la mesa, aquel camarero ya vetusto, casi tanto como el local.
-Es caro –le señaló sin levantar la voz.
-¿Acaso piensas invitarme? –le soltó él, acompañando la pregunta con esa seductora sonrisa que tan natural sabe esbozar. Logró que ella, antes de centrarse en el chocolate humeante, le respondiera con una expresión de dulzor casi infantil.
Se dedicó entonces a observarla al tiempo que comenzaba a tejer en su mente, una posible historia para aquella chica de aspecto tan desmadejado. No tardó nada en tener construida su particular radiografía. Más tarde intentaría, -sonsacándola con habilidad-, compararla con la estricta realidad. Es rápido con sus especulaciones y gracias a ello no dejó inconclusa su idea, puesto que ella se zampó el suizo y las dos pastas con la velocidad propia de los hambrientos.
-¿Quieres un vaso de leche? –le ofreció él sin abandonar aquella sonrisa casi única.
-¿Puede ser con cola-cao?
Estuvo a punto de reír. La inocencia infantil siempre le produce un efecto parecido. No quiso contrariarla, por tanto se censuró.
-Claro.
Cuando la absorbió más que beber, él quiso ir más lejos.
-¿Y de postre, qué necesitarás?
Lo miró, desconcertada.
-Olvídalo –se aprestó a añadir. – ¿Nos vamos, o quieres tomar algo más?
Ya en la calle y fuera de aquel entorno casi familiar, de sabores que quizá la habían transportado a una feliz infancia, pareció querer regresar la belicosa Adaia.
-¿Eres un puto rico?
-No exactamente.
-Vamos, que lo eres.
Volvió a sonreírle. Estaba comprobando que como en muchos otros casos, también a ella la desarmaba su sonrisa.
-¿Te gustaría darte un baño? –le ofreció él.
-¿Qué pasa? Ya te he dicho que no te la chuparé… –no quiso añadir lo que iba a continuación, “al menos, hoy”, lo guardo para ella.
Fernando no se cortó.
-Lo siento, pero hueles que apestas.
En contra de lo que esperaba, ella sonrió, y luego le soltó: –ya veo, me quieres bien limpita. Pues debes saber que puede que ya tenga el sida.
-¿Tú también? –le lanzó él sin inmutarse.
La acababa de desarmar, entonces ella se agarró a su cintura. Él, no la rechazó.
-¿Dónde? ¿Un hotel?
-Mi piso, y luego si te apetece, te echas una siesta, sola.
Aceptó, a fin de cuentas y tras haberse quedado sin inmediato alojamiento, no tenía nada mejor que hacer que encontrar uno nuevo, ni que fuera por una sola noche y tenía in mente, que a poco que se despistara, podría joderle la cartera o incluso echarle un polvo que estaba segura le pagaría bien. A fin de cuentas le vino a la cabeza: “soy una puta colgada y aunque me parezca estúpido, no creo que lo sea tanto como para no haberse dado cuenta”.

No tardaron mucho en llegar. Un piso que a Adaia le recordó la lejana casa de sus abuelos maternos. No se lo comentó, en cambio no le supuso ningún contratiempo soltarle: –tengo que cagar. –Él la acompañó hasta el baño.
-Tú misma. Avísame cuando estés lista.
Fue a soltarle: “¿me limpiarás el culo?”, pero se abstuvo, prefirió lanzarle: –te advierto que mis riñones e hígado están hechos una mierda. No te van a dar mucho por ellos.      
Lo hizo reír.
-Venga, haz lo tuyo, y luego desnúdate.
Puso el calefactor en marcha y la dejó sola. Ya fuera del baño: – ¡¿Querrás tomar algo?!
-¡No! –respondió ella.
Encendió el calentador de gas y se sirvió un vaso de leche fría. Luego hizo una llamada. Tras unos minutos, se acercó a la puerta del baño.
-¿Estás bien?
-Sí, entra.
La observó desnuda. Le pareció bella, de formas proporcionadas.
-¿Te gusta la mercancía? –le soltó al tiempo que separaba más sus piernas.
-Pues no confíes demasiado. Por dentro es una puta mierda.
Él entonces, abrió el grifo del agua caliente. La bañera comenzó a llenarse.
El ruido la obligó a levantar un poco más su voz.
-¿De verdad no eres miembro de una ONG? No sé, Ayuda solidaria a las putas colgadas o quizá, ¿capullos sin fronteras?
-¿Capullo? ¿Me vas a robar?
-¿Cómo lo has adivinado?
No se cortó.
-No tienes porqué hacerlo. Puedo cobijarte, varios días si lo precisas y lo que es más urgente e importante, puedo proporcionarte buena mierda de esa que te metes.
-Joder tío, encima camello.
El ruido del grifo los obligaba a levantar más la voz.
-Te recomiendo estas sales, aunque no suelo utilizarlas.
-Solamente lo haces cuando compartes baño con alguna, claro. ¿O eres gay? No, tú tienes pinta de bisex.
Más dosis de sonrisa cautivadora.  
-Hóstia, volví a acertar. Nunca fallo con los tíos. Por tanto es mi culo el que quieres penetrar.
-¿Te lo has limpiado bien?
-Ven, compruébalo tú mismo –y entonces ella inclinó el tronco y se abrió las nalgas con sus manos.
-Bonito, sí señor y muy incitante.
> ¿Así prefieres que te entren por detrás?
-Yo ya no sé lo que prefiero.
Cerró entonces Fernando, el grifo del agua caliente y abrió la fría, buscando equilibrar la temperatura.
Tras un ligero espacio de tiempo.
-Venga. Está perfecta.
La ayudó a penetrar en la bañera. Ella sintió un escalofrío.
-Está muy caliente.
-Está perfecta. No te quejes.
Cuando ella se sentó, la empujó con delicadeza desde la cabeza, para que se sumergiera por completo.
-¡¿Quieres ahogarme?! –le soltó cuando emergió.
-Quiero lavarte. Y ahora, dime, ¿te gusta el jazz?
-¿También eres músico?
-Di, ¿te gusta? Da igual. Vas a vivir algo que imagino, marcará tu vida.
Fernando se dirigió a un reproductor y lo puso en marcha. Comenzó a oírse música. Se acercó hasta la bañera y se sentó frente a ella, en una banqueta.
-Es Miles, Miles Davis y estoy seguro que te embrujará, para siempre.
-Conozco ese sonido.
-Entonces… –arrojó más sales en el agua y a continuación champú en sus manos. Comenzó a enjabonarle el cabello.
-¡¿Qué haces?!
-Calla, escucha, cierra los ojos y déjame hacer.

 (19/01/2016)

ARTURO ROCA ©

miércoles, 20 de enero de 2016

Amores des-encadenados.- Capítulo I

AMORES DES-ENCADENADOS

I

Yo la introduje en el jazz. Le contagié ese bichito que tan pronto penetra en el cuerpo, busca anidar entre las neuronas y que cuando encuentra el lugar idóneo entre ellas, ya jamás podrás eliminar. Morirá contigo. Y mientras vivas, él será quien las despertará, para que atentas capten cualquier nota que para los que no tienen la fortuna de albergarlo, parece un decibelio descarriado. Solamente los infectados sabemos interpretar esos sonidos dispares, alternativos, únicos, envolventes y magníficos, que los jazzmen construyen con sus interpretaciones, quizá con el único objetivo de alimentar debidamente a esos peculiares huéspedes de nuestra mente.
Pues eso hice con ella, eso y muchas otras cosas que con el tiempo me fue agradeciendo con mil dispares matices. La amo cuando agradece, pues se convierte en el ser más angelical, pero desde luego también sexy, de la creación. Y no me tengáis por exagerado. Ya os lo iré relatando para que acabéis por darme la razón.

Fernando conoció a Adaia un día gris de inicios de la primavera. Hacía frío y cuando observó en qué mal modo era expulsada de aquella especie de taberna del barrio antiguo de la ciudad, por el que cumplía las órdenes del dueño, se compadeció de ella. No pudo remediarlo, salió a la calle y se dirigió a ella, sin reprimirse ni esperar su violenta reacción.
-¡¿Qué cojones quieres?! ¿Follarme? –gritó la chica.
Estuvo a punto de girarse y dejarla por loca, pero aquel abrupto modo de atender su inicial “disculpa”, le confirmó que estaba ante un caso desgraciado que solamente con empeño podía vencerse. Aunque lo cierto era que su pelo rojo, mal leonado, quizá por peinarse de forma deficiente, lo había atraído, luego, lo cautivó aquella mirada, que calificó de necesitada, huérfana, incluso infantil, a pesar de anidar en un cuerpo casi exuberante en sus formas, medio ocultas por aquella sencilla vestimenta.
-¿Necesitas comer?
-Sí capullo, pero no tu polla.
Un nuevo improperio que aún le tentó más a hacérsela suya. Sonrió y a ella le pareció que aquel gesto no era el propio de un aprovechado ni tampoco de un futuro enemigo.
-Me llamo Fernando –y le alargó la mano. – ¿Y tú?
-¿De verdad no entiendes que no quiero mamársela a nadie?
-Me parece lo justo.
-¿Eres estúpido o simplemente te mofas?
-Espero que ninguna de las dos opciones –y antes que ella pudiera contraatacar: –no me ha gustado como te han despachado.
-¿Y socorres a todos los que echan de los sitios?
Fernando volvió a sonreír del modo que parecía otorgarle claras opciones de que ella lo atendiera. De nuevo acertó, ella no echó a correr, en cambio lo atendió.
-Sólo a los que de verdad lo necesitan.
Se había equivocado, si algo tiene o cree tener en valor y cantidad Adaia, es el orgullo estúpido de los perdedores.
-Yo no necesito nada, ni de ti ni de nadie.
Pero Fernando sabe reaccionar con fluidez y sobre todo rapidez.
-Estoy de acuerdo contigo, pero me estaba refiriendo a mí.
La desconcertó y eso a ella le agradó. Precisó por tanto saber a qué se refería aquel tipo que desde el inicio le había parecido atractivo, por tanto susceptible de que acabara chupándosela, incluso sin que él hiciera demasiado esfuerzo por lograrlo, por tanto…
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 (15/12/2015)


ARTURO ROCA ©