lunes, 25 de enero de 2016

amores des-encadenados II - Capítulo

AMORES DES-ENCADENADOS

II

No le costó demasiado esfuerzo convencerla que un apetitoso desayuno la ayudaría a tomar buenas decisiones. En contra de lo esperado por él, no opuso resistencia.
Se acercaron hasta una de esas granjas con años de antigüedad en el oficio y por tanto solera reconocida, en las que al penetrar, el cerebro comienza a segregar dopamina, ya que los aromas de lo que allí se ofrece, despierta esa parte del cuerpo del ser humano que ayuda a sentirse feliz de vivir, de estar todavía vivo y receptivo.
Pidió por ella, que se mostraba asustada a pesar de que su imagen pretendía arrojar agresividad para cuando los invitaran, -a ella sobre todo-, a abandonar el local. No sucedió. Fernando se movió con rapidez para ocupar la mesa que quedaba libre al fondo de la sala, en un extremo y tomándola por la cintura llevarla hasta el asiento salvador. Estaba tan repleta aquella pequeña sala que nadie les prestó atención y desde luego, los olores deliciosos del lugar, contribuyeron a vencer al nada agradable que acompañaba a Adaia.
-Un suizo y dos ensaimadas. Para mí, un café.
>Te gustará –añadió él, tras dirigirse al camarero.
-¿Vienes a menudo? –se le ocurrió mencionar a ella.
-A veces, ¿por qué?
Adaia no pareció saber que dirección tomar y por tanto decidió mantenerse callada, observando curiosa pero en silencio. Él aprovechó con su reacción, a empujarla a que se acostumbrara a la normalidad de aquel sitio y momento.
A continuación y de reojo, ella observó la nota que junto a la comanda, dejó sobre la mesa, aquel camarero ya vetusto, casi tanto como el local.
-Es caro –le señaló sin levantar la voz.
-¿Acaso piensas invitarme? –le soltó él, acompañando la pregunta con esa seductora sonrisa que tan natural sabe esbozar. Logró que ella, antes de centrarse en el chocolate humeante, le respondiera con una expresión de dulzor casi infantil.
Se dedicó entonces a observarla al tiempo que comenzaba a tejer en su mente, una posible historia para aquella chica de aspecto tan desmadejado. No tardó nada en tener construida su particular radiografía. Más tarde intentaría, -sonsacándola con habilidad-, compararla con la estricta realidad. Es rápido con sus especulaciones y gracias a ello no dejó inconclusa su idea, puesto que ella se zampó el suizo y las dos pastas con la velocidad propia de los hambrientos.
-¿Quieres un vaso de leche? –le ofreció él sin abandonar aquella sonrisa casi única.
-¿Puede ser con cola-cao?
Estuvo a punto de reír. La inocencia infantil siempre le produce un efecto parecido. No quiso contrariarla, por tanto se censuró.
-Claro.
Cuando la absorbió más que beber, él quiso ir más lejos.
-¿Y de postre, qué necesitarás?
Lo miró, desconcertada.
-Olvídalo –se aprestó a añadir. – ¿Nos vamos, o quieres tomar algo más?
Ya en la calle y fuera de aquel entorno casi familiar, de sabores que quizá la habían transportado a una feliz infancia, pareció querer regresar la belicosa Adaia.
-¿Eres un puto rico?
-No exactamente.
-Vamos, que lo eres.
Volvió a sonreírle. Estaba comprobando que como en muchos otros casos, también a ella la desarmaba su sonrisa.
-¿Te gustaría darte un baño? –le ofreció él.
-¿Qué pasa? Ya te he dicho que no te la chuparé… –no quiso añadir lo que iba a continuación, “al menos, hoy”, lo guardo para ella.
Fernando no se cortó.
-Lo siento, pero hueles que apestas.
En contra de lo que esperaba, ella sonrió, y luego le soltó: –ya veo, me quieres bien limpita. Pues debes saber que puede que ya tenga el sida.
-¿Tú también? –le lanzó él sin inmutarse.
La acababa de desarmar, entonces ella se agarró a su cintura. Él, no la rechazó.
-¿Dónde? ¿Un hotel?
-Mi piso, y luego si te apetece, te echas una siesta, sola.
Aceptó, a fin de cuentas y tras haberse quedado sin inmediato alojamiento, no tenía nada mejor que hacer que encontrar uno nuevo, ni que fuera por una sola noche y tenía in mente, que a poco que se despistara, podría joderle la cartera o incluso echarle un polvo que estaba segura le pagaría bien. A fin de cuentas le vino a la cabeza: “soy una puta colgada y aunque me parezca estúpido, no creo que lo sea tanto como para no haberse dado cuenta”.

No tardaron mucho en llegar. Un piso que a Adaia le recordó la lejana casa de sus abuelos maternos. No se lo comentó, en cambio no le supuso ningún contratiempo soltarle: –tengo que cagar. –Él la acompañó hasta el baño.
-Tú misma. Avísame cuando estés lista.
Fue a soltarle: “¿me limpiarás el culo?”, pero se abstuvo, prefirió lanzarle: –te advierto que mis riñones e hígado están hechos una mierda. No te van a dar mucho por ellos.      
Lo hizo reír.
-Venga, haz lo tuyo, y luego desnúdate.
Puso el calefactor en marcha y la dejó sola. Ya fuera del baño: – ¡¿Querrás tomar algo?!
-¡No! –respondió ella.
Encendió el calentador de gas y se sirvió un vaso de leche fría. Luego hizo una llamada. Tras unos minutos, se acercó a la puerta del baño.
-¿Estás bien?
-Sí, entra.
La observó desnuda. Le pareció bella, de formas proporcionadas.
-¿Te gusta la mercancía? –le soltó al tiempo que separaba más sus piernas.
-Pues no confíes demasiado. Por dentro es una puta mierda.
Él entonces, abrió el grifo del agua caliente. La bañera comenzó a llenarse.
El ruido la obligó a levantar un poco más su voz.
-¿De verdad no eres miembro de una ONG? No sé, Ayuda solidaria a las putas colgadas o quizá, ¿capullos sin fronteras?
-¿Capullo? ¿Me vas a robar?
-¿Cómo lo has adivinado?
No se cortó.
-No tienes porqué hacerlo. Puedo cobijarte, varios días si lo precisas y lo que es más urgente e importante, puedo proporcionarte buena mierda de esa que te metes.
-Joder tío, encima camello.
El ruido del grifo los obligaba a levantar más la voz.
-Te recomiendo estas sales, aunque no suelo utilizarlas.
-Solamente lo haces cuando compartes baño con alguna, claro. ¿O eres gay? No, tú tienes pinta de bisex.
Más dosis de sonrisa cautivadora.  
-Hóstia, volví a acertar. Nunca fallo con los tíos. Por tanto es mi culo el que quieres penetrar.
-¿Te lo has limpiado bien?
-Ven, compruébalo tú mismo –y entonces ella inclinó el tronco y se abrió las nalgas con sus manos.
-Bonito, sí señor y muy incitante.
> ¿Así prefieres que te entren por detrás?
-Yo ya no sé lo que prefiero.
Cerró entonces Fernando, el grifo del agua caliente y abrió la fría, buscando equilibrar la temperatura.
Tras un ligero espacio de tiempo.
-Venga. Está perfecta.
La ayudó a penetrar en la bañera. Ella sintió un escalofrío.
-Está muy caliente.
-Está perfecta. No te quejes.
Cuando ella se sentó, la empujó con delicadeza desde la cabeza, para que se sumergiera por completo.
-¡¿Quieres ahogarme?! –le soltó cuando emergió.
-Quiero lavarte. Y ahora, dime, ¿te gusta el jazz?
-¿También eres músico?
-Di, ¿te gusta? Da igual. Vas a vivir algo que imagino, marcará tu vida.
Fernando se dirigió a un reproductor y lo puso en marcha. Comenzó a oírse música. Se acercó hasta la bañera y se sentó frente a ella, en una banqueta.
-Es Miles, Miles Davis y estoy seguro que te embrujará, para siempre.
-Conozco ese sonido.
-Entonces… –arrojó más sales en el agua y a continuación champú en sus manos. Comenzó a enjabonarle el cabello.
-¡¿Qué haces?!
-Calla, escucha, cierra los ojos y déjame hacer.

 (19/01/2016)

ARTURO ROCA ©

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